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Paola

La muerte no es ajena a mí, la conozco de frente y la he enfrentado infinidad de veces.


Mi papá falleció cuando yo tenía 14 años. Se me vino el mundo encima, pero lo sostuve como pude y logré sobrevivir, porque aquí estoy 19 años después. Mi abuelo falleció en 2019 y mi vida, mi rutina, volvió a cambiar. Mi abuela falleció en 2022. Sí, todos sabemos que nuestros abuelos se van a morir, muchos ni siquiera alcanzan a conocerlos, pero mi relación con ellos no era de verlos de repente. Antes de fallecer, mi abuelo era parte de mi día a día y mi abuela era la persona de mis pesadillas: si soñaba que se moría, no sabía qué iba a ser de mi vida. Y así fue. Tuve una crisis existencial cuando murió.


Pero esta... por alguna razón me pegó diferente.

El domingo se cumple un año de la llamada que cambió mi vida. Era sábado, estaba tirada en mi sillón hablando por FaceTime con la Mary, mi mamá. Estaba lista para pasar el fin de semana encerrada y estudiando porque tenía examen de farmacología y microbiología esa semana. Ya estaba por colgarle cuando me mandó mensaje Ximena, una gran amiga que hice en la escuela. Me preguntó si estaba ocupada; le dije que estaba hablando con mi mamá y me pidió que le marcara cuando me desocupara porque tenía algo que decirme. Se me hizo raro, pero no sospeché nada. Le colgué a la Mary y le marqué a Ximena.


Ximena no tardó en contestar y, cuando lo hizo, me dijo que Paola había fallecido. Entré en shock y mi primera reacción fue preguntar por otros dos amigos, Jesús y José Luis. Pensé que quizás habían tenido un accidente y quería saber cómo estaban. Me dijo que no, que solo era Paola, que había fallecido. Le pregunté si era broma. Me dijo que no, que nos veíamos a las 4 o 6 en la funeraria, hoy ya no recuerdo a que hora fue. Su voz no tenía sentimiento, se escuchaba vacía, como si no estuviera ahí. Colgamos y me puse a llorar.


Primero me enojé. Me enojé con Paola porque ¿cómo se le ocurría arruinar mi fin de semana? Yo había planeado para estudiar y que este semestre me fuera mejor que todos los demás. Después, estaba negada, no lo creía. Para mí no era posible que algo así pasara. ¿Cómo es que ya no estaba? Acababa de hablar con ella por WhatsApp el jueves, se estaba burlando de mí. Y el miércoles, que la vi, me dijo que si no le hacía waffles con pollo frito el fin de semana, iba a llorar. Fui del enojo a la negación todo el día, hasta que llegó la hora de ir a la funeraria. Entonces empecé a delirar. Venía pensando que cuando llegara, Paola iba a estar ahí, siendo tan payasa como siempre, diciendo que era broma y que solo quería ver quién de verdad era su amigo y se presentaría.


Llegué a la funeraria y me di cuenta de que sí era verdad, pero aunque lo veía, no podía creerlo todavía.


Nada tenía sentido. Todo se sentía surreal.


Estuve el tiempo que pude, porque los funerales nunca han sido mi fuerte. A mí me gusta sufrir sola y en silencio. Regresé a mi casa destrozada, todavía sin creerlo y sabiendo que la vida no espera y tenía que estudiar, pero nada me entró. Decidí que ese sábado era suficiente para mí, que no quería, que no podía con el domingo, pero no me dejaron no presentarme. La Mary me estuvo marcando toda la mañana para preguntarme a qué hora me iba, para ver si ya estaba lista, para decirme que se me iba a hacer tarde. Y mis amigos, mis amigos me hablaron varias veces en el día para preguntar si ya iba y si necesitaba que pasaran por mí. Entendí entonces que no era solo yo, éramos todos, y nos necesitábamos el uno al otro.


Fui, pero me pesaba el alma.

La vida seguía sin parecer real. Ese día, durante el entierro, llovió y también salió el sol, varias veces.


Salí de ahí todavía sin creerlo. Un amigo me llevó a mi casa, pero le pedí que me dejara en el centro mejor, para curarme un poco con una nieve y una caminata. Fui por mi nieve y, mientras hacía fila, entró un niño vendiendo mazapanes. En la fila había una señora con cuatro niños maleducados, un señor serio con un niño muy callado y una pareja que estaba entre los 25 y los 30. Nadie lo volteó ni a ver, ni siquiera para decirle "no, gracias". Ignorado. Lo único que traía en efectivo eran 20 pesos, se los di y le dije que se quedara con los mazapanes. Vi que caminó a la caja y le dijo algo a la persona que atendía. Esta le dijo que lo esperara y así lo hizo. En eso llegó mi turno. Pregunté qué había dicho el niño, que seguía parado muy callado junto a la caja. Me dijeron que pidió que le dieran 20 pesos de nieve. Le dije que no, que yo se la compraba, que se quedara con sus 20 pesos y pidiera lo que quisiera. Así lo hizo y cuando le entregaron su nieve, se salió.


Yo pedí un Uber y me senté a esperar. Cuando salí, el niño estaba afuera compartiendo su nieve con otro niño más grande que él. Cruzamos camino cuando me subía al Uber. El conductor dijo mi nombre, el niño lo alcanzo a escuchar y me dijo: "gracias, Andrea".


Recientemente leí en algún lugar que un gesto bueno hacia los demás ayuda a curar nuestro malestar. Lo que hizo ese niño por mí ese día vale más que cualquier cosa que yo le pudiera dar, y estoy segura de que Paola me lo mandó porque sabía que en ese momento era justo lo que necesitaba.


Pero la vida no espera, y a mí no me esperó. Lo que tenía planeado como un buen semestre fue una total y completa catástrofe, y para junio llegó mi crisis. Esa donde me quería morir y lo que antes no había tenido sentido, ahora, sin Paola, lo tenía. ¿Cómo una persona tan llena de vida, tan payasa, tan ridícula, ya no vivía? Y yo, mejor que nadie, podía entenderlo, porque Paola era yo. Yo soy esa ocurrente que jamás nadie esperaría que quisiera ya no estar.


Y ya estoy bien, pero me tomó un buen rato llegar a hoy. Fui a terapia con psicóloga, con psiquiatra, y ahora con una neuropsicóloga también, porque quiero estar bien. Poco a poco me va yendo mejor a base de medicamentos y libros. Muchos libros. Unos ayudaron, otros no tanto.


Leí Cómo curar un corazón roto de Gaby Pérez Islas, pero no me gustó porque hablaba de religión y yo quería algo sin teología. Luego leí El hombre en busca de sentido de Viktor Frankl. Ahí entendí por qué me quedé y me di cuenta de muchas cosas que hacía, que yo pensaba que eran justificantes para sentirme mejor, pero en realidad eran herramientas utilizadas en la psicología para sobrellevar cualquier duelo.


Después leí La niña a la que se le vino el mundo encima, también de Gaby Pérez Islas. Lo empecé no muy convencida porque el otro libro suyo no me había gustado, pero este sí lo disfruté. También leí Sobre la muerte y morir, de Elisabeth Kubler Ross aunque creo que el que debí haber leído era Sobre el duelo y el dolor pero con la traducción de ingles a español probablemente me recomendaron el equivocado.


Más tarde leí La bailarina de Auschwitz de la Dra. Edith Eger, y con este libro no solo logré validar todo lo que he sentido durante todos mis años de vida, sino que también pude aceptar que el dolor que yo tenía existía, porque muchas veces sentía que no era mio, que yo no podía llorarle así, que a mi no me correspondía. Pero, ¿cómo no iba a llorarlo si yo la quería? Logré entender qué era lo que sentía con Paola, por qué me estaba costando tanto y por qué esta pérdida se sentía diferente a cualquier otra.


La doctora habla de un caso donde describe el dolor de las personas como tan fresco que todavía no estaban viviendo el duelo, seguían en shock. La persona a quien habían enterrado no se había ido para ellos. Era como si hubieran enterrado a alguien vivo.

Feliz Cumpleaños Paola

Y entonces lo entendí. Entendí por qué Paola me dolía diferente: no había superado el shock todavía.


El último libro que leí sobre este tema fue La biblioteca de la medianoche de Matt Haig y, después de un año de duelo difícil, logré cerrarlo. No me va a dejar de doler nunca, pero ya duele menos.


En esta vida, Paola ya no está, pero en una vida paralela o perpendicular, ella sigue ahí, siendo igual de ocurrente y feliz. En esta vida, yo sigo aquí y Paola me hace falta, pero no es en vano: era para que yo lograra llegar hasta aquí. Probablemente, en una vida paralela o perpendicular, yo también me fui para que alguien más pudiera lograr esa meta que vino a cumplir.


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Parte de las ganancias se destinará a apoyar tratamientos de salud mental.


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