Es mi cuerpo, yo decido
- Andrea Beltran
- 7 may
- 6 Min. de lectura
La dra. Neria continuó diciendo que ella no tenía la mifepristona —que fue lo que me hizo falta la primera vez—, pero que me iba a dar una receta. Yo sabía que no tenía manera de conseguirla, que una receta no iba a ser suficiente porque es un medicamento controlado que no venden en farmacias, pero ella insistió en que sí, que sí lo podía conseguir con la receta. Pregunté en qué farmacia, y me dijo específicamente el nombre de una franquicia que acababan de clausurar hace unas semanas. Le dije que estaban clausuradas y me respondió que no, que estaban abiertas, pero que si de plano no la conseguía, que me comunicara con Siemprevivas, un colectivo que quizá pudiera tener la mifepristona. En mi desesperación le creí todo. Y solo me dijo lo de Siemprevivas porque insistí.
Cuando me entregó la receta, me dijo que la consulta era de $900 pesos, cosa que yo ya sabía, pero que ella me ofrecía todo el servicio de acompañamiento y atención posterior al procedimiento por $3000 pesos. Estaba tan aturdida que acepté, pero solo traía $1500 pesos, y me dijo que no había problema, que en la próxima cita pagara el resto.

Salí de ahí tropezando por el mareo y con el teléfono en la mano, marcando a todas las farmacias, a amigas doctoras y a Siemprevivas. A todas las farmacias a las que llamé y fui no tenían mifepristona, obviamente. No sabían ni qué era, y cuando revisaban, solo tenían misoprostol. Mis amigas tampoco tenían idea de cómo ayudarme. Y Siemprevivas…
Siemprevivas me dijo lo mismo que me habían dicho en el número de Aborto Seguro: que no debían negarme el servicio en el Hospital General. Pero les conté que venía saliendo del consultorio de la dra. Neria, que en ese momento era la encargada de Ginecología, no sé si aún lo sea, y que ella me acababa de decir que no me podía dar el medicamento porque no lo tenía, y que en el General tampoco me lo podían dar. Siemprevivas me pidió mi nombre, dijeron que se comunicarían con el encargado a nivel estatal y que me contactarían en cuanto tuvieran respuesta. Ya era tarde, así que sabía que no tendría noticias hasta el día siguiente.
Al día siguiente me preguntaron a qué hora me quedaba bien ir. Les dije que no importaba, estaba en la escuela, que está cruzando la calle del Hospital General.
A estas alturas, los síntomas del embarazo ya no me dejaban comer porque todo lo vomitaba. Tenía días viviendo a base de agua y jugos verdes. Esperé todo el día y, en la tarde, Siemprevivas no logró que el hospital me diera el medicamento, pero ellas lo tenían e iban a dármelo. Ya no tomé la última clase de ese día; ya no podía con mis malestares.
Pasé por la mifepristona, platiqué con la colectiva, hablamos de cómo la interrupción es legal, pero te dan largas para que pase el plazo de la legalidad. Hablamos de las injusticias, del doctor, las enfermeras y las doctoras con quienes traté. Salí de ahí un poco más tranquila, aunque aún con náuseas. Me pasaron las instrucciones de cómo tomar el medicamento, y esa noche empecé con el proceso. Otra vez.
La mifepristona lo que hace es bloquear la progesterona, la hormona del embarazo, para impedir que el embarazo crezca. La tomé esa noche del martes 20 de febrero a las 11:30 p.m. y, 36 horas después, el jueves 22 de febrero a las 11:30 a.m., con muchísimo miedo, volví a tomar las dosis de misoprostol.
Hablando con otras, sabemos que cada proceso es diferente. Yo no puedo decirles si es muy doloroso o no porque, la verdad, a mí no me dolió. Pero hay otras personas a quienes sí les duele bastante.

Me había preparado con anticipación: compré sueros, me hice un té caliente y pedí un jugo verde. Ya no tenía síntomas de embarazo, ya no había náuseas, pero me gusta engañarme creyendo que el jugo verde cura todo. Llené dos botellas de agua para no tener que levantarme para nada. Tomé ibuprofeno una hora antes del misoprostol y lo dejé a la mano por si acaso. Acomodé todo en la mesa de mi sala porque el mejor lugar para hacerlo era sentada en el sillón, frente a la tele. Estar acostada en cama, para mí, era deprimente.
Los escalofríos, el sangrado y la diarrea empezaron una hora después de la primera dosis, pero no fueron insoportables. De hecho, la diarrea y el sangrado fueron menos que la primera vez que tomé el misoprostol. Y como era invierno en Ensenada, tenía el calentón en lo más alto, justo frente a mí, para mantenerme caliente. Tenía juntas ese día y las acomodé todas en las primeras horas de la mañana, cuando apenas iba empezando el proceso, esperando que no doliera tanto.
Se supone que cuando se toma mifepristona solo se necesita una dosis de misoprostol, pero yo no tenía dolor y el sangrado no era mucho, así que me sugirieron tomar una segunda dosis de misoprostol. A las 3 de la tarde, otras 4 pastillas debajo de la lengua. No se deshacen del todo; después de 30 minutos hay que tragar lo que no se deshizo.
A las 6 de la tarde, Siemprevivas se comunicó conmigo para ver cómo iba. Les dije que bien, pero que seguía sin dolor. Diarrea leve. Lo único exagerado eran los escalofríos. Y para ese entonces, ya con apetito después de tener días sin comer casi nada, me pedí tres rollos de sushi. Me dijeron que me tomara la tercera dosis de misoprostol, y así lo hice.
Para las 10 de la noche todavía no había salido nada. Le avisé a Siemprevivas que aún nada y que me iba a dormir. Pero entonces empezó el dolor. Era una combinación de cólicos (normal) y un dolor en el cérvix que sí me estaba molestando. Me quedé sentada en el sillón con el calentón apuntando directo al vientre, y eso hacía que doliera menos. Pero ya tenía demasiado sueño, tanto que no creía que el dolor pudiera levantarme, así que mejor me fui a dormir. Ya en la noche me levanté solo una vez al baño, y lo único que saqué fueron coágulos, pero aun así me sentía tranquila, porque los síntomas de embarazo ya no estaban. Y eso ya era ganancia.
El viernes 23 me levanté como cualquier otro día, a las 7 de la mañana. No tenía dolor, no tenía diarrea, solo estaba sangrando como una menstruación normal. Hice lo que tenía que hacer en mi día y, a mediodía, sentí algo raro. Corrí al baño, saqué algo, lo revisé, y parecía que ahora sí eran los restos. Igual le mandé foto a Siemprevivas para confirmar, y sí: ya había expulsado el producto.
Lo primero que hicieron en Siemprevivas después de confirmar que ya se había completado la interrupción fue preguntarme cómo me sentía. Mi respuesta: aliviada y feliz.
Esta vez sí fui a revisión una semana después. Siemprevivas no pudo referirme con la ginecóloga que usualmente atiende a quienes acuden con el colectivo porque la doctora estaba incapacitada por embarazo, pero hablé con Meli. Me había pedido un favor y no pude ayudarle porque justo estaba con el aborto, y le tuve que decir porque me daba pena haberle quedado mal. Ella es médico también y me dijo que fuera con el Dr. José Juan Godínez, que él fue su maestro de sexología y que, si ella hubiera estado en mi situación, hubiera acudido con él. En ese momento me arrepentí de haber tenido pena y no haberle dicho antes, porque Meli me hubiera hecho todo no solo más sencillo, también más ameno.
Hice cita con el Dr. José Juan, expliqué el motivo por el cual acudía y me dieron cita lo antes posible. No puedo explicar lo agradecida que me siento con él después de haber sido maltratada por el personal de salud del IMSS y del Hospital General. Me pidió una disculpa, me revisó de pies a cabeza con el mayor de los respetos, y además del ultrasonido, con mi permiso, me hizo una colposcopia para asegurarnos de que todo estuviera bien. Me dio su teléfono y me dijo que cualquier duda o pregunta no dudara en contactarlo. Siempre me contestó los mensajes, sin importar qué tan tontas fueran mis preguntas.
No ha habido momento en el que me arrepienta de mi decisión. No me he sentido mal, ni pienso en el "qué hubiera pasado si...". Ser mamá no está en mis planes, y está bien. Así como yo no cuestiono los motivos por los cuales las mujeres deciden ser mamás, tampoco tiene por qué cuestionárseme por qué yo no quiero serlo.
Es mi cuerpo y yo decido.
Mi experiencia no fue traumática. Me hubiera gustado no haber estado sola, pero en sí fue un proceso tranquilo y no afectó en lo más mínimo mi salud mental. Creo que, de haber continuado con el embarazo, mi salud mental se hubiera deteriorado muchísimo antes de lo que lo hizo.
Si eres mujer y en algún momento necesitas ayuda, no dudes en contactarme. Ten por seguro que haré lo que esté a mi alcance para apoyarte durante el proceso.
Si necesitas interrumpir un embarazo, consulta aquí el directorio nacional de la Línea de Aborto Seguro.
Para conocer mas acerca del aborto seguro visita la pagina de Ipas.
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